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- María Elba Chahuán, Vicepresidenta y Fundadora de Unión Emprendedora
Para los chilenos, hablar de minería es hablar de historia, de identidad y también de futuro. Ha sido por décadas el motor de nuestra economía, pero hoy nos enfrentamos a una nueva etapa, una donde la sostenibilidad, la inclusión y la innovación son condiciones necesarias para seguir avanzando. Y si queremos que esta transformación sea real, no basta con mirar a las grandes empresas: necesitamos incorporar a un actor muchas veces invisibilizado, pero profundamente estratégico. Me refiero a las pequeñas y medianas empresas.
Las pymes son un músculo potente en nuestra economía. Representan una fracción importante de empleo y están presentes en cada rincón del país. Su presencia está desde el proveedor de servicios en una localidad minera hasta la empresa tecnológica que desarrolla soluciones desde regiones. En el contexto de la minería, su rol puede y debe ser mucho más protagónico, ya que no sólo diversifican la matriz productiva y fortalecen las economías locales, sino que además son fuente de talento, creatividad e identidad territorial.
Uno de los grandes desafíos de la industria minera es cómo hacer más sostenibles sus operaciones, tanto en lo ambiental como en lo social. Ahí, las pymes tienen mucho que decir. Son ágiles, tienen cercanía con los problemas reales del entorno y cuentan con un conocimiento profundo del territorio. Además, su escala más humana les permite establecer vínculos de confianza con las comunidades, un valor cada vez más importante para una industria que necesita legitimidad social y confianza para operar.
Cuando una pyme local se incorpora a una cadena de valor minera, no sólo crece esa empresa. Se activa un ecosistema completo: se generan empleos de calidad, se fomenta la circulación de recursos en la región y se eleva el estándar de desarrollo. Por eso, fortalecer estas cadenas productivas locales es colaboración y también visión estratégica. A fin de cuentas, una minería más conectada con su entorno es una minería más resiliente, más competitiva y más alineada con los desafíos del siglo XXI.
Pero para que esto se haga realidad, se requiere más que buenas intenciones. Hay que generar una articulación efectiva entre empresas grandes, pymes, Estado, academia y comunidades. Políticas públicas que incentiven la innovación en proveedores locales, acceso a financiamiento para crecer, y mecanismos que reduzcan las barreras de entrada a los grandes proyectos. También se necesita voluntad por parte de la gran minería para abrir sus puertas, apostar por lo local y tomar conciencia de que el conocimiento no está solo en las multinacionales, sino también en ese emprendedor que desde Antofagasta, Calama o Copiapó está creando soluciones con sentido.
La colaboración es el camino. Y eso implica escucharnos más, confiar más, y entender que la minería del futuro no se construye en solitario. Crece en red, con diversidad de actores y una mirada más amplia de lo que significa valor. Porque no hay innovación sin inclusión, ni desarrollo sostenible sin un tejido empresarial diverso y vivo.
